Roma

Territorios inciertos / OSCAR BENASSINI

Ciudad de México.- Si bien no era yo fanático del cine de Alfonso Cuarón (Ciudad de México, 1961), sus películas iban y venían, las veía, y nada más. Mi disonancia comenzó con Gravity (2014), multipremiada y colmada de alabanzas que yo nunca entendí, aburridísimo espectador de principio a fin. Era un cine para Hollywood, hay que argumentar y, en cierto modo, por consiguiente, de chocolate. Con semejante historial, tuve que ver Roma (2018) —como casi todos— en función doméstica y por vía de Netflix, en vista del reciente precedente que la plataforma productora ha sentado: produzco yo, se estrena en mi señal, postura que ha radicalizado a las dos grandes cadenas de exhibición cinematográfica. Esta vez puse la rodilla en el suelo para rendir mi personal apreciación a un trabajo que resulta, sin duda, sobresaliente. No hay cápsulas espaciales rodeadas por el infinito, no hay una mujer en su interior padeciendo la broma que le juegan la hipoxia y su condición de género. A cambio, hay una historia lineal, simple, la de la infancia del propio Cuarón, clara en su necesidad de ser contada. Deformación de mi oficio, gozo de verdad las historias que relatan lo cotidiano, hasta hacerlo parecer trivial. El recurso narrativo me sigue pareciendo impecable, el punto de arranque y una de las grandes fortalezas de Roma. Víctor, mi editor, escribió que para entenderla hay que vivir en la Ciudad de México. Comprendo la pretensión de su comentario, como entiendo lo que significa saberse chilango, y tal vez pueda hacerlo extensivo para decir que me ha parecido una película filmada, en primer término, para México. Lejos de convertirla en una obra ajena al auditorio internacional, el relato muestra un país, permitiendo que cualquier extranjero pueda adentrarse en su incomprensible, surrealista transcurrir a veces, porque la forma del relato lo vale.

La memoria —dicen— es la inteligencia de los tontos. La mía —dicho sea entonces con vergüenza— funciona estupendamente. Eso es lo primero que consigue Roma: trasladarnos a aquel 1970-1971, para conseguir que sea hoy, cuando estemos siguiendo la narración. Yo tenía 17 años, así que para mí existió cada cosa que aparece en la pantalla, así como eran, precisamente, para que me obligue a reconocer todos sus recursos formales, sus cualidades estéticas. Las caracterizaciones, la ambientación perfecta, el vestuario y, particularmente, las locaciones, enseñan al DF trágico, lamentable, del sicópata Luis Echeverría perpetrando la matanza del 10 de junio con grupos entrenados para ello: los Halcones. Ya sé, no es eso lo que quiere narrar Cuarón. Me quedo entonces con la casa setentera, el mobiliario, la televisión, los automóviles, las locaciones impecables, las secuencias larguísimas, continuas, de las calles con fachadas, vehículos, iluminación y personas de 1971.

Yalitza Aparicio brota de repente de donde uno no imaginaría, y desde la primera toma se apodera de la cámara, la trama y el relato, tan heroína Cleo como millones de mujeres que fueron y son “las muchachas”, en este México de eufemismos hipócritas que no pudo decir nunca “sirvientas” o “criadas”, para que, de cualquier manera, hayan tenido y tengan un papel familiar bien definido, hijo de la más absoluta necesidad, en cualquier hogar clasemediero. Curioso el casting interminable que dio con Yalitza hasta Tlaxiaco, Oaxaca, sobresaliente el dominio escénico de una chica que no había actuado jamás y que apenas habla en español o mixteco. Las miradas y los gestos hechizan y capturan a cualquiera, convirtiéndose en el recurso estético indispensable para entrar a la historia que cuentan. Balance perfecto entre los dos personajes principales, Marina de Tavira no desmerece. Habrá quien piense que esos modos de convivir son propios de una familia inusual, anormal. Yo puedo asegurar que así eran las cosas en nuestras familias de entonces, y no faltarán espectadores que estén de acuerdo en que así siguen siendo, en muchos sentidos. Claro que la colonia Roma era y sigue siendo México. Por supuesto que las “muchachas” enseñan la tragedia ancestral de tener que renunciar a pueblo, casa y familia, para hacer del terrible servicio doméstico el único modo de vida. Curado como quedé del mamarracho espacial, Roma se queda como una película indispensable para México.

Twitter: @obenassinif
Tomado de Excélsior

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