Rufino Tamayo: la coherencia, la conciencia y la libertad

*La biógrafa Ingrid Suckaer recorrió la vida del gran artista oaxaqueño: desde el niño monaguillo conmocionado por los colores rojo y amarillo del vestido de Santo Tomás, al joven consciente que se asumía como indígena y se pintaba de color café intenso, abrevando la historia como dibujante del INAH, hasta el hombre que cantaba tocando la guitarra con los zapatistas durante la Revolución  

*La crítica de arte dictó la conferencia “Vida y obra de Rufino Tamayo” en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca en el marco de la Bienal que lleva el nombre del pintor

* “Sus palabras me llevaron a amar a México y a sobrellevar la pena causada por la guerra civil que en los años 80 asolaba a mi país, Guatemala. Gracias a las ideas de Rufino Tamayo acerca del arte, afiancé mi convicción de que la única patria es la vida”.

Ernestina Gaitán Cruz

La frase “yo soy yo y mi circunstancia…” del filósofo español José Ortega y Gasset, fue fundamental para el pintor Rufino Tamayo y la desarrolló en su vida y en su obra. Su enorme capacidad de introspección y su nivel de conciencia, le permitieron llegar hasta donde lo hizo, señaló su biógrafa Ingrid Suckaer.

En su conferencia “Vida y obra de Rufino Tamayo” dictada en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca y en el marco de la Bienal que lleva su nombre, resaltó la importancia de conocer y reconocer el legado artístico (muchas veces reproducido, pero no igualado), la coherencia en la vida y acciones del artista.

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La autora de la biografía “Rufino Tamayo. Aproximaciones” (Praxis 2000), afirmó que, a partir de la conciencia de saber quién era, desde su niñez determinó que quería ser pintor y a los 22 años de edad, tuvo claro que era ajeno a los murales y a los temas políticos imperantes en los muralistas David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco.

La curadora de arte comentó que el artista ya era conocido en México. Sin embargo, Nueva York le dio el espaldarazo. Ahí reafirmó su esencia étnica y como una manera de posicionarse, resaltó en sus autorretratos el moreno de su piel, se le ve pintado de café fuerte. Decía ser indio, o mestizo, “pero con hondas raíces indígenas”.

Rufino del Carmen Arellanes Tamayo (25 de agosto de 1899- 24 de junio de 1991) el indio sin mayor educación, pero con enorme talento, como lo calificó la prensa de Nueva York, también plasmó en sus obras su influencia del arte prehispánico que conoció como dibujante en el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

La también crítica de arte Ingrid Suckaer platicó los momentos determinantes en la vida del pintor que desde niño mató simbólicamente a su padre porque siempre se dijo abandonado. Asimismo, como un homenaje a su madre quien falleció cuando él tenía 12 años, usó solamente el apellido Tamayo.

Contó la revelación que tuvo en su niñez. Como acólito educado por principios católicos fue a una procesión en honor a Santo Tomás en las calles de la Ciudad de Oaxaca. Vio al santo con un traje amarillo y túnica roja, entonces tuvo un desvanecimiento, sintió locura, quedó conmocionado por los colores y a los 11 años de edad, supo que sería pintor.

Otra huella dejada por su influencia católica fue su aprecio por la música. “Por su activa participación como monaguillo, el niño se hizo afecto a la música sacra, experiencia que determinó su gusto estético: hasta el fin de su vida, la vasta obra de Joan Sebastian Bach lo acompañó en sus largas horas frente al caballete”.

Asimismo, la Revolución marcó su conciencia social. En la vecindad donde vivió, convivió con zapatistas con quienes tocaba la guitarra y cantaba. Lo hacía muy bien, incluso la Universidad de Columbia le ofreció grabar un disco y él lo rechazó porque dijo que era pintor, no cantante.

Fue un hombre elegante, guapo, bien acicalado; vestía con decoro, cuidaba la manera como se presentaba ante los demás.  Por ello lo calificaron como burgués que aparentaba ser popular. Fue un hombre pudoroso hasta el final de su vida. Gustaba de nadar con camiseta porque no deseaba presentar su cuerpo viejo ante los demás. Por eso tuvo una bronconeumonía que lo llevó a la muerte a los 91 años.

“RUFINO TAMAYO. APROXIMACIONES”

La también periodista Ingrid Suckaer, guatemalteca-mexicana, dedicó 11 años de investigación, cinco años de entrevistas personales y tres de escritura a la obra sobre el maestro, como un acto de agradecimiento y admiración hacia el artista y a la persona.

Suckaer supo de Tamayo en 1978 por una entrevista de la periodista mexicana Cristina Pacheco, quien en su casa de Cuernavaca, lo cuestionó sobre el rechazo a la Orden del Quetzal, máximo reconocimiento del gobierno de Guatemala.

“No la acepté porque no me lo permiten mis ideas políticas; estoy en contra de regímenes como los que desgraciadamente prevalecen en casi todos los países latinoamericanos. Me manifiesto en contra de cualquier dictadura y me solidarizo con los pueblos que luchan por conquistar su libertad ya que su lucha es la más justa de todas.

Habría rechazado esa condecoración si hubiera venido de cualquier gobierno semejante al que desdichadamente impera en Guatemala. Insisto en que hay que solidarizarse con los pueblos que luchan por ser libres y dignos. Lo mismo me duele lo ocurrido en Vietnam que me afectan los sucesos más recientes de El Salvador.

Mire usted, desde que vino a verme a mi casa el embajador Jorge Palmieri le hice sentir, con un ambiente hostil, que había ido a tocar a la casa equivocada. De mi absoluto rechazo es testigo Luis Suárez, que estaba de visita allá en ese momento, y cuya filiación de izquierda todos conocemos”. (Cristina Pacheco, 1978).

Así en 1983, Ingrid Suckaer llegó a México y en el Palacio de Bellas Artes quedó sorprendida y maravillada por la belleza espiritual de los murales del maestro Rufino Tamayo. Buscó biografías de él y no encontró. Tres días después visitó al poeta Luis Cardoza y Aragón quien le habló del mejor pintor del siglo XX. Entonces a los 24 años de edad, se propuso que iba a escribir su biografía que fue publicada en el año 2000.

“Deseo expresar que a diferencia de las personas que trataron a un Tamayo silencioso e inclusive reacio a la plática, yo lo recuerdo como un conversador prodigio que nunca hablaba para no decir nada. Sus palabras me llevaron a amar a México y a sobrellevar la pena causada por la guerra civil que en los años 80 asolaba a mi país, Guatemala. Gracias a las ideas de Rufino Tamayo acerca del arte, afiancé mi convicción de que la única patria es la vida”.

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