Cómo sobreviven los pobres al coronavirus y la desigualdad en Oaxaca

*Como consecuencia del coronavirus se han acentuado la pobreza y se ha puesto en evidencia las carencias de los sistemas de salud, de impuestos, la corrupción y la democracia, factores que deberán ser replanteados

*Millones de pobres luchan todos los días por sobrevivir y por llevar alimentos a sus familias

*La pandemia agudizará la desigualdad entre un reducido sector de privilegiados y los millones que se sumarán a las filas de marginados

Ernestina Gaitán Cruz

En México, las desigualdades han estado muy presentes. De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y datos del 2018, en México se registraron 52.4 millones de personas pobres y 9.3 millones de ellas vivían en pobreza extrema

Y actualmente, como efecto de la pandemia del Coronavirus, el organismo ha estimado que el total de personas en situación de pobreza por ingreso, quienes no pueden adquirir una canasta alimentaria, bienes y servicios básicos, se incrementará entre 7.2 y 7.9 puntos. Esto equivale a entre 8.9 y 9.8 millones de personas.

Es decir, como consecuencia del coronavirus se han acentuado las desigualdades y han puesto en evidencia desde el sistema de salud, el de impuestos, la corrupción, la democracia, factores que deberán ser replanteados a la luz de las nuevas propuestas de economistas.

Sin embargo la población en situación de pobreza enfrenta todos los días el reto de sobrevivir. Aquí algunas historias.

Marginación desde la niñez

Alejandro solo cuenta con la fuerza de su cuerpo para realizar todo tipo de trabajos, desde ayudar en albañilería, cargar bultos de comida para perro, destapar cañerías, trasladar muebles, matar ratas, limpiar terrenos, tirar basura y demás actividades encargadas por sus vecinos.

Así se ha ganado el pan desde su niñez. Padece deficiencias del habla y no se sabe qué más impedimentos tenga. Nunca fue a la escuela ni buscó otra opción para llevar dinero a casa y todos saben que pueden recurrir a él porque no cuestionará ni el trabajo ni lo que le paguen.

Es el penúltimo de cinco hijos de Severiana, mujer bondadosa, noble, solidaria y de Don Miguel, hombre estricto quien a golpes controlaba a la familia. Ambos ya fallecieron y si la madre lo cuidaba y platicaba con Alejandro, ahora está sólo, aunque viva en la casa familiar.

Su hermana Laura, la más joven de los hermanos, quien vive en el mismo hogar de una cocina y tres habitaciones con sus dos hijos, sus respectivos cónyuges y tres nietos, le deja un pequeño espacio separado por una cortina de tela. Ahí vive, pero debe buscar su propia comida e implementos para su aseo. 

Laura ya no sale a trabajar en la ferretería, porque le dio un fuerte resfriado que pudiera ser Coronavirus y que no se sabrá porque no irá a hacerse ninguna prueba. Antes de eso, Laura algo le daba de comer a Alejandro, pero ahora además de su comida debe ayudar en algo para cubrir a las necesidades de la casa.

Cumplió 58 años y nunca se le conoció alguna novia aunque por su aspecto de niño grande “sin chiste”, ninguna mujer se interesó en él. Y él nunca se atrevió a hablarle a alguien, menos sabiendo que no podría articular siquiera algunas frases de corrido.

Sus amigos han sido un grupo de ancianos con quienes jugaba dominó. En las tardes iba a casa de alguno de ellos, sin embargo, desde el coronavirus, las familias de sus amistades les han prohibido salir y recibir visitas y así, solo anda por las calles fumando su cigarro, su único vicio.

Ya no tiene la misma fuerza de su juventud, ni ánimos, pero sigue siendo simplemente Alejandro, a quien ahora se le ha visto vendiendo una bandera de “las chivas del Guadalajara”, madera que le regaló un vecino cuando hizo limpieza de su casa; algún balón usado y yendo a saludar a los conocidos a ver si obtiene la comida del día.

Algunas vecinas le comparten pan, tortillas, una fruta y no más, porque también ellas son de escasos recursos económicos y en esta situación, ellas mismas han reducido sus comidas a una o dos al día, priorizando a los niños. Así que menos tienen para dar a Alejandro.

Carmen, la pepenadora de 72 años

La señora Carmen es pepenadora. Martes, jueves y sábado se le ve por un Fraccionamiento de “clase media”, empujando un “diablito” habilitado con una caja grande de cartón, buscando entre los bultos de basura que dejan los vecinos en cada esquina.

A sus 72 años de edad, es su manera de “procurarse la vida” y aún en pleno distanciamiento social por el Coronavirus, no usa cubrebocas y con manos sin guantes, abre las bolsas y hurga entre los desperdicios.

Saca botellas de plástico y de vidrio, restos de metal, cartón, latas de refresco, algún utensilio, juguetes, revistas, ropa y periódicos, todo lo que encuentre útil para su casa o para revender.

También se llevaba tortilla y pan duro, pero como una mañana sin razón aparente amanecieron muertas sus tres gallinitas, pues ya no tiene que alimentarlas. “Bueno, -ríe-, tampoco tenemos los huevos, pero ni modo, así fue”.

Empieza a trabajar desde las 5 de la mañana para ganarle a los trabajadores del camión de basura que pasa a las 7. “Se ponen listos y también separan la basura. A ellos les va bien y deberían dejarnos algo. Les pagan un sueldo, tienen seguro y prestaciones y todavía se llevan la basura que es útil”, dice.

Vive con sus dos hijos, sus esposas y tres nietos. En un cuarto grande caben todos, separados por muebles y cortinas de tela.

En el patio está la extensión de la casa, Ahí está el horno de leña para cocinar, el lavadero, los tendederos y el espacio donde en las tardes las mujeres se ponen a bordar por encargo, blusas típicas, actividad con la que complementan para los gastos de la casa.

Sus hijos pagan la luz, el agua y la renta del cuarto ubicado en la esquina de un taller donde arreglan autos. La señora Carmen debe buscar su comida y lo necesario para su aseo. Ese fue el acuerdo, por ello sale desde temprano para trabajar.

Luego de recolectar los desechos que pueden servir, los lleva a su casa, los separa con otros de la semana y cuando tiene suficientes los lleva en su diablito para vender en los lugares recolectores. Camina dos horas o más cada tercer día de la semana para llevarlos y como pasa por la Central de Abastos, regresa con algo de “recaudo”.

¿Consigue para comer todos los días?

¡Ay mi madre! Dios es grande y siempre llevo algo a casa. A veces algunas señoras me dan fruta, algún guisado que les queda, ropa que uso, vendo o cambio con mis vecinas y hasta han ido a mi casa a dejarme algo de despensa. Y así la pasamos, pero nunca falta de comer, eso sí.

 Vender flores a los 75 años

El señor Juan aparenta 75 años. Vende flores que una camioneta pasa a dejarle en el estacionamiento de un restaurante Vips al sur de la Ciudad de Oaxaca. Ahí las separa en dos partes y les coloca una cuerda ancha para cargarlas en la espalda y sobre el pecho.

Desde antes de las 7 de la mañana solía detenerse en la puerta del restaurante para ofrecer margaritas y rosas amarillas, blancas y rojas. Algunas personas le compraban y otras le obsequiaban algo de comida sobrante (pan, parte de un postre, agua) y algún dinero.

Entiende poco el idioma español y apenas habla algunas palabras. Hay quienes han querido hacerle plática, pero solamente contesta sí y no.

Aprendió a ofrecer las flores con el gesto y a extender la mano para cobrar 10 o 20 pesos; revisa bien las monedas que recibe y se va a seguir sus andanzas. Así camina kilómetros durante el día para ofrecer sus flores.

A golpe de sus huaraches, cubierta la cabeza con un sombrero y ataviado con camisa y pantalón de manta, llega a tiendas diversas, restaurantes, negocios de venta de autos y estéticas.

Presenta sus flores envueltas en papel periódico y no acepta su regreso o pocas veces se los regresan y le compran o le dan alguna moneda.

Camina a prisa, a saltitos. No se sabe si es para vender rápido y regresar a su casa o porque está acostumbrado a andar así, como un espíritu libre, sin cubrebocas ni preocupación por el Coronavirus.

Sin embargo, ante el cierre del Vips por la pandemia, ya no espera nada y ahora desde ese lugar, se prepara para ir a vender sus flores, las que carga con gusto y ofrece sin distinción a las personas que se le atraviesan por el camino.

Por las tardes se le ve frente a la Universidad, ahí sentado en una banqueta descansa mientras come algún pan y un refresco. Tiene una mirada alegre con la que observa a la gente. Se sabe entre ellos, pero solo, como si nadie lo viera.

El vendedor con su mecapal

Su táctica es decir: “su mamá, su hijita, su esposa, su papá…  siempre me compran un pan o fruta”. Así el sorprendido marchante que le abre la puerta de su casa se ve en el dilema de adquirir o no, el producto preferido de su familiar.

Se llama Juan. Carga su mecapal, una canasta grande con una especie de cinturón ancho tejido con palma y mecate. También lleva una bolsa grande de mandado y una bolsita pequeña que contienen pan, ciruelas, duraznos, guayabas y chicozapotes, frutos de los árboles de la casa de una hermana; la otra hermana elabora los panes.

Son de Santa María Jaltianguis, por la Sierra de Ixtlán, dice. Antes, sus hermanas y él, o él y sus sobrinos, salían a vender sus productos, pero ante el Coronavirus, es el único encargado de ofrecer su mercancía de puerta en puerta.

Dos días a la semana va a una colonia y otros tres a otra. Los vecinos ya lo conocen porque tiene años vendiendo.  Y Juan ya sabe quién le comprará, o quien le ofrecerá algo de comida.

Antes del coronavirus, vivía con sus sobrinos que vinieron a estudiar a la Ciudad de Oaxaca, pero ahora ellos se fueron con sus madres y él quedó solo en el cuarto que alquilan.

A veces va al pueblo y trae directamente las frutas y el pan, pero la mayor parte de las ocasiones, la mandan sus hermanas con algunos taxistas amigos y él va por los envíos, así ahorran dinero.

Cuando pase esto, espera volver a vivir con sus sobrinos. Por el momento, como está solo, por ahí compra algo para comer al día. En las tardes, después de hacer las cuentas y ordenar lo que aún tiene para vender, planea su día siguiente, en espera de que le vaya bien, como siempre, dice.

“No me ha faltado de comer, porque Dios provee”, dice. “Él decide y yo solamente me encomiendo y salgo con gusto a vender”.

Con su cubrebocas y sombrero, se le ve mientras camina por las calles desde temprana hora, para que no le agarre el calor, dice sonriente.

La crisis de las ferias

25 familias de “ferieros” ofrecen sus servicios de oficios diversos para sobrevivir económicamente, ante el cierre de su fuente de trabajo en las ferias de la Ciudad de Oaxaca y municipios conurbados.

Debido a la pandemia del coronavirus que afecta al mundo, no pueden ganarse la vida como hasta hace unos meses. La necesidad los llevó a ubicarse todos los días de 10:00 a 20:00 horas en un crucero de la ciudad.

Cerca de la tienda Sams, al sur de la capital de Oaxaca, muestran unos cartones con los trabajos que pueden realizar: electricidad, plomería, albañilería y soldadura, pero también hacen mudanzas, recogen escombros y lo que les pidan.

Ante la falta de ingresos han empezado a vender sus instrumentos de trabajo, comenzaron a desmantelar sus volantines, sus carruseles y ahora también venden a precios muy accesibles, los caballitos, carritos y aviones, entre otros.

Los “ferieros” sin chamba, reconocen que además de que hay quienes los ocupan para algunos trabajos, hay gente que les lleva alguna despensa, lo cual agradecen sinceramente porque de esta manera, tienen para llevar a la familia.

Y como las necesidades son muchas, sus esposas también han participado y en la tarde ofrecen comida para llevar. Muy higiénica y rica, comentan.

La pandemia del coronavirus ha provocado graves cambios y secuelas en la vida de los habitantes de todo el planeta pero en México y Oaxaca, sin duda, ha profundizado la pobreza y la desigualdad.

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